Venecia

Muchos tenemos una ciudad especial, no siempre por méritos de la ciudad, sino por otras causas. En mi caso, esa ciudad es, sin duda, Venecia. Os cuento por qué…

Allá por Abril de 1994 partía para Italia a hacer una primera estancia de investigación de 3 meses. No era la primera vez que salía de España, pero casi. Se dice pronto, pero hablamos de tres meses (3) lejos de casa. Sin Internet, sin email -existía, sí, pero no lo usaba nadie, así que no servía de nada-, sin portátil, sin hablar el idioma -ni italiano, ni apenas inglés-, sin… en fin, sin nada. La verdad es que no tengo queja del entorno en el Departamento italiano -en Pisa, principalmente-, ya que mi «jefe» allí me acogió casi como si fuera de la familia (las primeras noches las pasé en su casa 🙂 )

Pues bien, el primer mes fue malo, casi sin hablar con nadie (aparte del jefe), intentando avanzar en el trabajo de investigación, aprender italiano, arreglando el tema del alquiler del piso, la cedula fiscale, y muchos otros papeleos. Los comienzos en un lugar siempre son malos. Bueno, tengo que aclarar aquí que soy -o más bien era- muy tímido, y eso no ayuda mucho. Como decía, el primer mes fue malo, pero el segundo fue aún peor: me tuve que ir en tren de Pisa a Tolouse a presentar mi primer trabajo en inglés en un congreso -cuando, como decía antes, apenas lo chapurreaba-. Ese viaje, de hecho, fue toda una odisea… pero, bueno, esa es otra historia.

Y os preguntaréis ¿qué rollo nos está contando? ¿esto no iba de Venecia? Pues ya llegamos, quería situaros un poco… Resumiendo, más de dos meses aburrido, casi sin hablar con nadie, sin Internet, el teléfono valía una pasta, sin email -mandé tres cartas y solo recibí una respuesta en ese tiempo- y encima teniendo que ir a Tolouse a hacer el ridículo hablando en inglés. Estaba tonteando seriamente con la idea de cambiar de trabajo, la verdad. «Esto de la investigación no es para mí… mejor un trabajo de oficina en el que no haya que hablar en público ni viajar», me repetía una y otra vez. Y, sin planearlo, aprovechando que estaba en Padova una semana y había acabado de hacer el ridículo por allí (tuve que dar un seminario sobre mi trabajo), una tarde me acerqué a Venecia, que estaba a escasos 30′ en tren. Por algún motivo, no esperaba nada. Venecia no resonaba en mi cabeza de manera diferente a Pisa o Florencia, que ya conocía.

Y me quedé fascinado. ¿Conocéis el síndrome de Stendhal? Pues eso. Por primera vez desde que llegué a Italia me sentí relajado y en paz. Y pensé «oye, pues igual sí ha valido la pena meterse en este lío». Muy probablemente me dedico a lo que me dedico por culpa de Venecia…

Y es que es difícil perderse por esta ciudad y no acabar fascinado:

Desde aquella primera visita en 1994, he vuelto muchas más veces. Por un lado, unos años después, hice varias estancias en Udine -que está a una hora y poco de tren de Venecia- y muchos fines de semana los pasaba en Venecia. He vuelto también para asistir a un congreso, de vacaciones con mi mujer y unos amigos, y hace solo unos meses con mi mujer y mis hijos -de hecho, todas las fotos son de este último viaje-. Ya no es lo mismo que aquella primera vez en 1994, desde luego, pero sigue siendo una ciudad muy especial para mí.

Como siempre, puedes ver estas y otras fotos en mi carpeta de Flickr.

10 comentarios en «Venecia»

  1. Hola Germán, pues vas a tener razón y tenemos fotos muy parecidas jeje. Que gran ciudad es Venecia, y que suerte tienes de haberla conocido en 1994 y haber tenido la oportunidad de volver tantas veces. Nosotros volveremos sin duda. Un abrazo

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  2. Esta es la ciudad de mi vida… A veces me da miedo volver… Se suele decir que jamás vuelvas al lugar donde fuiste feliz. Sin embargo, yo deseo volver una y otra vez y, si alguien en mi vida adquiere esa importancia que guardamos en el corazón, ansío incorporarla a esa ciudad, llegar allí de noche, cruzar la laguna en taxi desde el aeropuerto y observar su cara cuando, después de navegar con las luces titilantes de la ciudad al fondo, penetrar en ella con el rumor de agua ronroneando bajo la quilla y desembocar por el Rio di Noale al Gran Canal, frente a las fachadas iluminadas del Palazzo Giovanelli y de Ca’ Pesaro…
    Por cierto, si alguna vez te decides por esa novela o para lo que sea menester, mis humildes dotes de «pulidor ortotipográfico o de estilo» (el otro día una amiga me dijo que parece que ahora la piel se nos ha vuelto tan sensible que «corrector» suena ofensivo) o de asesor literario (ahora soy yo el que lo de coach me parece un inútil barbarismo) quedan a tu disposición.
    Encantado de encontrarte y hasta siempre.

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